A media mañana recibió un mensaje de la agencia Aliciadollshouse, según el cual tenía agendada una cita para las 8 pm en el motel de costumbre, de modo que dispuso de toda la tarde para prepararse. Eligió un sugerente vestido blanco ejecutivo en tejido de punto sin mangas, que resaltaba su piel morena. Se perfumó todo el cuerpo y se maquilló ligeramente. Después llamó a un úber.
Al llegar a la habitación quedó muy sorprendida al comprobar el aspecto del cliente, que aparentaba ser un adolescente. Tú debes ser Fany. Imaginó que se trataba de otro muchacho más ávido de experiencia, induciéndola a pensar en un servicio anodino en el que ella sería quien llevara la iniciativa. Sabía por otras escorts que la candidez de la ingenuidad les resultaba divertida, pero ella lo que buscaba ante todo era disfrutar de su propia sexualidad a través de nuevas sensaciones. El chavo era un cuero, güey, y sus labios … muy chidos. Él le tendió una copa de champagne y tras los brindis de rigor se le acercó despacio, desafiante, mirándola fijamente a los ojos. La agarró de la cintura con firmeza, al tiempo que la besaba en el cuello. Luego, con su dedo índice recorrió el contorno de sus labios carmesí, hasta que finalmente le dio un húmedo, largo y cálido beso, dejándola casi sin aliento, como si quisiera beberse toda la vida de un solo trago. La neta estaba un poco confusa, el chavo me dio un kiko bien padre. Siguieron bebiendo, mientras su mano buscaba la cremallera del vestido. Cuando éste cayó al suelo, aparecieron sus senos cobrizos, bien torneados y sin brasier. Como únicas prendas tan solo llevaba unas finas medias coronadas por un diminuto tanga. Estás padrísimo con esa lencería que me compras.
Se alejó un poco y comenzó a mirarla de arriba abajo. Aquella mirada lasciva la complació. Acercándose de nuevo, posó las manos en sus nalgas, comenzando a besarle los hombros, el cuello, la mejilla … y apartándole el pelo hacia atrás con delicadeza, esa boca insaciable. Sintió un casi imperceptible movimiento en su vientre. Era su sexo completamente erecto. A continuación, jugueteó con el pezón hasta que alcanzó la suficiente turgencia, después lo acarició con su lengua, al principio con delicadeza, luego mordisqueándolo. Sujetándolo entre sus dientes tiró de él hasta provocarle un pequeño gemido. Aquel instante duró lo suficiente para excitarla. Mientras, sus manos apretaban con ahínco sus nalgas. De repente la soltó, retirándose para tomar otro sorbo de champagne. Cuando de nuevo la abrazó estaba a su albedrío. A pesar de ser una escort, sintió una gran turbación, parecía que fuera ella la adolescente, desnuda entre sus brazos. Siempre había sido ella quien excitaba a los hombres, para después dejarse llevar; sin embargo, ahora estaba completamente húmeda.
Intentó acariciarlo, pero él sujetó su mano, impidiéndoselo. Le indicó que se sentara en el sillón tantra y situándose a su espalda sujetó sus pechos por la base, sopesándolos. Volvió a besarle el cuello, provocando que ella arqueara el cuerpo, a modo de ofrenda. Sus dedos rozaron sutilmente los pezones, mientras su lengua se dirigía en pos de su boca. Después se colocó frente a ella y, arrodillándose, sus besos prosiguieron su camino hacia el ombligo, la ingle, los muslos … cuidando de que no quedara ninguna parte de su cuerpo sin explorar. Instintivamente ella abrió sus piernas, deseosa de que al fin la despojara del diminuto pedazo de tela que separaba el sexo de la lengua. Se incorporó para desnudarse y una vez lo hubo hecho volvió a arrodillarse, colocando el pene sobre sus labios y, sujetándolo con sus manos, se lo introdujo gustosa en la boca. De un tirón rasgó el ínfimo cordón del tanga, acariciando con exquisita suavidad su clítoris, mordisqueando sus labios. Cuanto más se estremecía ella, más se demoraba él. Súbitamente sujetó con firmeza la cabeza de él para que no se detuviera. Su respiración se fue entrecortando, comenzó a gemir, al tiempo que sus movimientos se volvieron espasmódicos. No resistió más, entregándose sumisamente a ese abismo delicioso.
Una vez hubo recobrado el aliento, la llevó en brazos a la cama. Sus cuerpos se enroscaron entre besos, cada vez con más vigor. Se irguió y se sentó sobre él a horcajadas, lúbrica y lasciva, altivos sus senos de bronce. Él se asió de ellos y ambos comenzaron a moverse en una lenta y suave sincronía. Las manos bajaron a su cintura, aumentando paulatinamente la presión que ejercían. Ella se detuvo y buscó con desesperación su húmeda boca. Cuando la respiración se relajó, prosiguió la lujuriosa coreografía. Notó cómo sus manos iban cobrando más fuerza, pero no producían dolor, sino que la incitaban a aumentar la cadencia. Él se volteó hacia un lado y pasó a estar encima de ella, provocándole una sonrisa. Luego de una pequeña pausa se arrodilló frente a ella sobre la cama y volviéndola a sujetar por las caderas comenzó a empujar con más furia. Se miraron furtivamente a los ojos y después los párpados se cerraron. Sus cuerpos se enervaron jadeantes, agitados, fatigados, convirtiéndose en uno solo, hasta que poco a poco las embestidas fueron disminuyendo en intensidad. Volvieron a colmarse de besos una y otra vez, clavándose las miradas, hasta caer exhaustos, sin aliento, sudorosos. Siempre me voy a casa después, Fran, pero aquella noche quería abrazarme a él, güey. ¡Órale, Fany! A la mañana siguiente llamaron a un úber, durante el trayecto le pregunté cómo tenía colmillo siendo un chavo y me contestó que era un buen lector sin prejuicios. ¡No mames, Fany! Después, cada uno siguió su camino.