Acabada su jornada en el sex-shop aquel jueves a media tarde, salió a la calle acompañado de su amiga. Ese trabajo le permitía cursar sus estudios de derecho. El miércoles, de regreso a casa, presencié una escena de grouping, Fany, pero pronto deduje que era consentido. Tres tipos se arrimaron a una güera en el camión y no paraban de restregarse, Fany. En esos pensamientos andaba cuando llegó aquella tarde de miércoles a su casa. Se preparó un café y ojeó los libros de derecho penal, pronto sería el examen. Intentó estudiar, pero el recuerdo de aquellos cuatro pasajeros seguía turbándolo. ¿Platicamos mientras tomamos unas chelas, Fany? Seguía excitado y creyó que masturbándose conjuraría aquellas imágenes. ¡Cómo le hubiera gustado participar en esa aventura! Pronto alcanzó el orgasmo y se imaginó eyaculando sobre aquellos labios entreabiertos ¡Puro instinto, Fany! A pesar de sus esfuerzos, ella seguía todavía en su mente. Gracias a su trabajo sabía que las escorts, tú me lo has dicho muchas veces Fany, se lo montaban según las fantasías de los clientes, pero por su comportamiento nada inducía a pensarlo. Güey, me tienes intrigada. Más tranquilo, pidió una pizza por teléfono y, mientras esperaba que la trajeran, fue a darse una ducha para alejar aquellos pensamientos, como si pretendiera que el jabón limpiara también su mente. Fue todo tan natural, tan … espontáneo, Fany. Una escort hubiera escogido un motel, no un camión; no, no lo era, se dijo a sí mismo mientras se secaba. Después de comer estudió un rato y se acostó.
Los tres hombres, la chica y Fran se bajaron en aquella parada y los cinco entraron en un motel para participar en una gangbang. Nada más cerrar la puerta de la habitación, dos de ellos se pusieron a manosearle el pecho con desesperación por encima de la blusa, mientras Fran y el otro le bajaron la falda, cacheteándole las nalgas, acariciándole el sexo con desesperación. La despojaron de la blusa y sus senos quedaron al descubierto, trémulos entre aquellas manos ansiosas; los besaban, lamían los pezones. Ella, con total sumisión, se dejaba hacer, besando indistintamente a unos y otros, mirándolos directamente a los ojos, viendo la lujuria que iba invadiéndolos poco a poco. Cuando todos se hubieron desnudado, la llevaron en volandas al jacuzzi como si de una presa se tratara. Tomaron unas copas mientras seguían las caricias y los besos en el agua. A continuación, ya fuera del jacuzzi, esposaron sus manos a la espalda y jalaron de ella poniéndola de rodillas en el suelo de la habitación, a la altura de sus penes, que fueron introduciendo alternativamente en su boca, acompañándose de bruscos movimientos de la pelvis. La agarraban del pelo, le cacheteaban los pechos, se los manoseaban, sujetaban su cabeza, mientras su boca insaciable daba cuenta de todos ellos. Pasaron a la cama y, sin quitarle las esposas, la sentaron de espaldas, a horcajadas sobre uno de los hombres, que se había tumbado boca arriba y la estaba penetrando, mientras el que estaba frente a ella, sujetándole la cabeza con las manos, le introducía y sacaba el pene de su boca nuevamente. Fran y el otro aguardaban su turno pacientemente sin dejar de acariciarle los pechos, los pezones. El que estaba tumbado empujaba cada vez con más violencia, agarrándola de las caderas fuertemente, como si temiera que se escapara. Arqueó su cuerpo y acometió una última embestida, cesando paulatinamente sus movimientos entre jadeos. El que estaba situado frente a ella, de repente le soltó la cabeza y, sujetándose el pene con la mano, mientras seguía agitándolo, le eyaculó en sus labios, en su cara, en sus pechos. Una vez que los dos primeros llegaron al orgasmo, le quitaron las esposas y la pusieron en la postura del perrito, colocándose Fran tras ella. Se sentía poderoso, dominante, contemplándola desde atrás a cuatro patas. La agarró de la fina cintura y comenzó a sodomizarla. El ritmo, la profundidad y los movimientos los dirigía él. Sus senos abombados y bamboleantes eran el entretenimiento del resto, que seguían manoseándola. Fran pasaba del sexo anal al vaginal indistintamente, le cacheteaba las nalgas, hasta que … Se despertó completamente excitado y sudoroso. Cual adolescente, aferró su pene con firmeza y comenzó a agitarlo con el mismo ardor que había dejado atrás en su sueño. Cuando sonó el despertador ya llevaba un buen rato despierto, intentando entender por qué le atraía tanto aquella mujer. Es probable que fuera su mirada entre maliciosa e ingenua, o la naturalidad con que se comportaba.
Tú misma eres más cuera, Fany. A pesar de su edad, por lo menos es diez años mayor que yo, Fany, la atracción que ejercía sobre él le resultaba irresistible, no lograba quitársela de la cabeza ni de su entrepierna, te estás obsesionando con esa morra, güey. Desde aquel día, cada vez que subía al camión lo recorría con la mirada buscándola, tengo que volver a verla, Fany, evocando sus senos sin brasier, sus rosados pezones insinuándose a través de la blusa, sus nalgas acometidas una y otra vez por aquel tipo, el olor floral de su perfume … pero era en vano, se había esfumado, todo su cuerpo y sus gestos son carnales, Fany. Aquel jueves por la mañana, cuando abrió el sex-shop, estaba nervioso, la pasó toda pensando dónde trabajaría, si acudiría vestida igual de atrevida, si su comportamiento sería igual de provocativo. La plaza donde estaba el sex-shop era el lugar al que acudían los empleados de los alrededores a la hora del almuerzo, pero no recordaba haberla visto antes, ya que con esa ropa y comportándose así sería difícil olvidarla. No me angustia no tener pareja, me gusta mi libertad, Fany. Sabes que estás mintiendo, se dijo para sí mientras pronunciaba aquellas palabras, te encantaría tener una hembra como esa entre tus brazos. Me considero un chavo afortunado, disfruto con lo que hago, Fany. Te estás obsesionando con esa güerita, Fran. Se despidieron, su amiga tenía una cita de Aliciadollshouse. Finalmente, la semana transcurrió monótona y aburrida, del trabajo a casa y a los estudios, estaba en el último año y el examen de penal era el próximo jueves; debía esforzarse más si quería aprobar. Cuando ya había perdido toda esperanza, le llamó la atención una mujer que subió al camión con el pelo recogido en una cola, con una llamativa gabardina de color naranja que le llegaba poco más debajo de sus caderas.