Acabada su jornada de trabajo, como todos los miércoles, agarraba el camión para ir al trabajo y no el carro, pero ese era su pequeño secreto. Trabajaba de secretaria para una empresa dedicada a la importación de juguetes sexuales, lo que indudablemente influyó a la larga en su posterior comportamiento. Al principio comenzó a experimentar en la intimidad, primero fue la lencería sensual e insinuante hasta que finalmente descubrió los vibradores. Cuando llegaba a casa se daba un baño de sales, se perfumaba y se vestía para sí misma. Unas veces era un bodystoking negro abierto, otras veces se decantaba por transparencias, pero todo debía llevar encajes. Se contemplaba largamente frente al espejo, sintiéndose una diosa de la lujuria, e imaginaba que la poseían todo tipo de hombres. Se recostaba en la cama y, mientras se contemplaba, se acariciaba con deleite, observando cada pliegue de su sexo, cómo sus labios se hinchaban, su clítoris erecto. Al principio aquel juego le sirvió de terapia para superar el fracaso de su matrimonio, hasta que acabó por convertirse en rutina. Y comenzó a experimentar en la vida real, llevando a cabo cuantas fantasías se le ocurrieran. Es así como surgió que los miércoles no solo ella disfrutaría de aquella hermosa e insinuante lencería y comenzó su propia liberación. Se despojaba de su insustancial vestimenta de secretaria en un aseo del enorme edificio donde estaba la oficina y se transformaba en una voluptuosa mujer.
Aquella calurosa tarde de junio escogió una blusa de satén blanco, se quitó el brasier, se puso un minúsculo tanga negro, una corta falda también negra y unos zapatos de tacón a juego. De camino a la parada se puso a llover repentinamente y, pese a todos sus esfuerzos por no mojarse, no pudo evitar que sus turgentes senos y sus rosados pezones se hicieran más patentes por efecto del agua. Mientras esperaba al camión, se fue agolpando la gente, algunos la miraban de soslayo y los más atrevidos directamente a la blusa. Cuando la puerta del camión se abrió, subió despacio cimbreando las caderas, dejando a la vista de todo aquel que quisiera mirar el inicio de sus nalgas. A pesar de que había asientos libres, decidió permanecer de pie, observando la reacción que producía entre los hombres.
Al cabo de varias paradas, y antes de llegar a su destino, entraron tres tipos de aspecto rudo, que, sin dudarlo, se pusieron a su alrededor. Le sedujo la idea, desde la adolescencia había tenido la fantasía de tener sexo con varios hombres a la vez. Con el vaivén del camión pronto empezaron los roces, el que estaba tras ella, sin pudor alguno, se le aproximó por completo hasta rozarle las nalgas, simulando que había sido accidentalmente. A continuación, el tipo situado a la derecha, al comprobar que su compañero seguía frotándose contra ella sin que hubiera ninguna señal de desaprobación, hizo lo propio acercándose a su pecho. Al ver que ella no se arredraba, prosiguieron de manera mucho más perceptible, en tanto que esbozaban una sonrisa de complicidad. Ella, por su parte, no permaneció impasible, aproximándose de forma más decisiva a uno y otro alternativamente, siendo cada vez más ostensible la erección de ambos. Sabía que se estaba dejando llevar, pero no le importaba, disfrutaba con ello. Luego de un rato, el tercero, que hasta entonces había permanecido expectante, aprovechando una de las detenciones del camión en una parada, la miró y ladeó la cabeza en dirección a la puerta, a modo de invitación para que bajaran. Sin pensárselo dos veces accedió, bajando los cuatro.
Una vez en la calle, el que había insinuado que abandonasen el camión se dirigió a ella para invitarla a un trago, entrando en una especie de taberna irlandesa. Buscaron la zona que estaba más en penumbra, se sentaron a la mesa y pidieron unas cervezas. Se presentaron y, sin más preámbulos, el que estaba a su izquierda puso la mano sobre su pierna mientras seguían charlando. Al ver que ella no hacía ningún ademán por apartarla, fue ascendiéndola por la cara interna del muslo. Como un acto reflejo, ella entreabrió las piernas y aquella mano prosiguió su camino, sorteando el tanga, hasta llegar a su sexo. Ella se mordió el labio inferior, adoptando un insinuante gesto de placer. Su mirada se volvió intensa, momento que aprovechó el que estaba a su derecha para, sujetándola por la barbilla, girar su cara y comenzar a besarla. Al notar el dedo del otro dentro de su sexo sus besos se fueron haciendo cada vez más lascivos, buscando con desesperación la lengua del compañero. Notó que la mano de este subía por debajo de la blusa y le agarraba el pecho como si quisiera amasarlo. Ahora iba pasando alternativamente de la boca de uno a la del otro con impaciencia, con desesperación. Creyó que iba a enloquecer, aquellas manos no daban tregua alguna. Se reclinó hacia atrás en el respaldo y se abrió de piernas para que resultara más sencillo acariciarla, momento que aprovechó el primero para acariciar su clítoris. Uno de los hombres cesó sus caricias y se desabrochó el pantalón, dejando al descubierto su miembro erecto. El situado a su otro costado lo imitó. Sin más demora, agarró uno en cada mano y comenzó a masturbarlos, iniciándose de nuevo las caricias, los dedos desesperados en su sexo húmedo, la mano firme en su pecho, las lenguas desbocadas. La mano de uno de ellos dirigió su cabeza hacia abajo, forzándola a engullir completamente el pene. Afortunadamente la presión cedió y comenzó a lamerlo con deleite de abajo arriba, sin parar de masturbar al otro, mientras unos dedos entraban y salían de su vagina. Creyó que los pechos iban a estallarle de la presión que ejercía aquel tipo, impeliéndola a realizar cada vez más bruscos los movimientos de su boca y su mano. Estaba fuera de sí, no le importaba estar en un bar rodeada por tres tipos a los que no conocía de nada, totalmente entregada a sus deseos libidinosos cual marioneta, le daba morbo. Los tres cuerpos se enervaron entre jadeos y espasmos.
Al cabo de unos segundos se incorporaron y, cuando se hubieron relajado, el tercero pidió otra ronda sin quitarle los ojos de encima. Ella le sostuvo la mirada. Reclamaba su parte del pastel y ella estaba dispuesta a entregárselo. En cuanto se marchó el mesero, este se escabulló debajo de la mesa, la despojó del empapado tanga y le abrió las piernas de par en par, mientras su lengua nerviosa se posó en su sexo. Separó sus labios hinchados con urgencia, saboreándolos, y comenzó a jugar con su clítoris. Su cuerpo se contorsionaba entre gemidos, que pronto fueron acallados por los besos de uno de los otros, mientras otras manos firmes le manoseaban los senos con ímpetu. Cuando ya no pudo resistirlo, atrapada entre los tres, apretó con furia aquella cabeza que tenía entre sus muslos, arqueó su cuerpo convulso y se abandonó por completo, hasta que poco a poco fueron cesando las contracciones.
Rieron un buen rato mientras acababan su consumición. Pero faltaba aún el último acto. Esta vez fue ella quien se arrodilló debajo de la mesa, bajó la cremallera del pantalón y comenzó a hacerle una felación al tercero de ellos. Su mano ascendía y descendía con vigor a lo largo del pene, mientras sus labios lo succionaban. Para su sorpresa, una mano se introdujo por debajo de su falda en pos de su vagina. El hombre agarró su cabeza con las dos manos, como si temiera que cesara, mientras unos dedos entraban y salían de su sexo con desesperación. Tragó hasta la última gota de su preciado néctar. Ya más sosegados, volvieron a pedir unas cervezas. El mesero, que había contemplado atónito la escena, les sonrió al llevarles la consumición, pudiendo comprobar, por la mancha que tenía en el pantalón, que, a su manera, también había sido partícipe. Todos soltaron una carcajada y brindaron por el bendito camión. Después salieron a la calle a fumar mientras ella esperaba un úber que la llevara de vuelta a casa. En el trayecto se puso a evocar cómo empezó todo y esbozó una sonrisa al recordar que tan solo había bastado una mirada.